Ayer terminé de grabar una canción para un trabajo que me pidieron. Precisamente, era «Gracias a la vida» de Violeta Parra. La grabación fue casera, sencilla, sin ningún tipo de edición o embellecimiento. El objetivo y la intención eran otros.
Me ayudó Gaston Eloy, un cantante y artista villamariense que, con amor y disposición, dijo SÍ a mi llamado. ¡Cómo no agradecer este tipo de gestos! Hombres y mujeres unidos para lograr un objetivo mayor. Sin guerras y con dulzura. La grabación fue enviada y listo.
Al cabo de unas horas, se me ocurrió enviársela a una amiga muy querida. Tengo ganas de verla a ella y a su familia desde hace bastante tiempo y, por esas inercias de la vida, no lo hago. No doy el paso.
Le envié la canción, toda contenta, y a los pocos minutos me respondió diciendo que su padre había muerto un par de días antes.
De un momento a otro, en un mismo día, pasé de estar feliz y agradecida por la vida a llorar y conectar con la tristeza por la vida que se apaga.
Y esta historia no es sobre mi amiga, y mucho menos sobre su padre. Respeto profundamente su silencio y su proceso de duelo.
Esto va sobre abrazar la impermanencia. Sobre la necesidad urgente de que nuestros niveles de conciencia se amplíen, se eleven.
Esta ampliación es posible: hoy, más que nunca, existen nuevas y múltiples herramientas para lograrlo. Pero tienes que desearlo desde lo más profundo de tu ser. Y ese deseo, casi siempre, nace del peor de los sufrimientos que te toque vivir. No hay otra. (Hasta que aprendamos)
Llorar es vital. Gritar si hace falta, también. Retorcerte de dolor, hundirte en la cama sin querer levantarte… todo es válido.
Incluso drogarte, emborracharte o disfrazarte de monje, de místico, de empresario exitoso. Son solo personajes que creamos para no sentir el vacío.
Sin embargo, la impermanencia llega para todos.
Ampliar nuestra conciencia es ir más allá del llanto, de la tristeza y la ira. Es comenzar a mirar hacia adentro, no hacia afuera.
Y para eso hay que ser valiente, vulnerable y humilde. Hay que tener el coraje de ver nuestra propia arrogancia e ignorancia, esa que nos hace tapar y no querer oír que SÍ existen otras formas de alcanzar la paz, más allá de las circunstancias.
Somos parte de un sistema enfermo, nos guste o no. Sanar nuestro malestar es ayudar a sanar el del otro también. Es un proceso colectivo y silencioso, sin medallas ni escaparates.
Sin embargo SI o SI, primero estas tú. No es un acto egoísta es un acto de amor y cuidado propio.
Así, en más de un taller, he visto a directivos romper a puñetazos un tambor o denigrar a sus empleados desde órdenes autoritarias. Y a mí también me ha pasado. Yo también lo he hecho.
Y es justo ahí, en ese reconocimiento honesto de nuestra propia oscuridad, donde empieza el verdadero cambio. Pero he aprendido algo fundamental: este camino no tiene por qué recorrerse en soledad.
De hecho, es imposible hacerlo. Me di cuenta de que esta inquietud, esta llamada a una forma más consciente de liderar y de vivir, es un eco que se repite en muchas otras personas que, como yo, se sienten solas en su búsqueda.
Fue precisamente de ese darme cuenta, de esa necesidad compartida, que nacieron nuestros Espacios de altraforma.
No como una empresa, sino como un refugio.
Un lugar para visibilizar y valorar la labor de quienes ayudan a otros, para que no tengan que hacerlo solos.
Por eso, si tienes una vocación de ayuda, si lideras a otros y sientes que mis palabras son las tuyas, te hago una invitación sincera.
Si alguna vez te has sentido sola o solo creyendo que nadie más piensa, siente o vive lo que tú, quiero que sepas que aquí hay una comunidad esperándote.
Porque las voces que se levantan a sí mismas son las que abrazan la vida y la muerte como parte del mismo proceso. Sin miedo. Con amor.
Y sólo las voces que se han levantado a sí mismas pueden, de verdad, ayudar a otros a levantarse.
🙏 Si llegaste hasta aquí, simplemente, gracias. 🙏
Cecilia